lunes, 17 de mayo de 2010

Finnmark, Noruega: La esquiva dama del Norte

Imposible evadirse de esa inquietante sensacion de soledad que envuelve la noche ártica. Horas y horas de oscuridad, apenas mitigada por el reflejo de las estrellas sobre un manto de nieve y hielo que se antoja infinito, eterno...








En lugar de estar aquí, en medio de esta gélida nada, apetecería regresar a la austera y cálida cabaña de madera en que nos alojamos. Sin embargo, sabemos (intuimos más bien) que nuestra vigilia a 20 grados bajo cero merece la pena: asistiremos, quizás, a uno de los más bellos fenómenos de la naturaleza.


De pronto, cuando casi estamos a punto de perder la sensibilidad de nuestros pies, algo aparece en el cielo. Al principio se trata de una pequeña nube de aspecto blanquecino que baila en la oscuridad, movida por un viento inexistente. Poco a poco, la nubecilla se va haciendo algo más grande, al tiempo que otras se unen a su danza mientras van mutando de color: del blanco inicial a un verde entre metálico y esmeralda... Al fin, la aurora boreal ha venido a nuestro encuentro, comportándose como lo que es: una gran diva, esquiva y seductora.







La noche anterior, sobre la cubierta del barco de la compañía Hurtigruten, la que recorre buena parte de la costa noruega aun en las condiciones más extremas, la aurora jugó con nosotros hasta desesperarnos y, cansados de sus caprichos, acabar llevándonos al interior de la nave, en busca de la calidez del bar y de algún licor de elevada graduación alcohólica.








Fue poco después de doblar Cabo Norte, cuando nuestro barco abandonó el refugio que nos proporcionaban los numerosos fiordos del perfil costero de la región de Finnmark, para abrirse paso entre las profundas aguas del Mar de Barents.









Pero eso fue anoche. Porque el soberbio espectáculo de luz y color que estamos contemplando ahora paga con creces tanta espera e, incluso, la incontrolable sensación de mareo que sufrimos sobre la cubierta del Richard With, movido a su antojo por las poderosas olas del mar.









La realidad es que las posibilidades de observar este fenómeno atmosférico en Noruega son tantas como noches. Es decir, las auroras boreales pueden verse en cualquier momento desde noviembre hasta marzo, e incluso más allá de esos meses, siempre que haya oscuridad en el cielo. Pero, en la práctica, los avistamientos dependen mucho de la casualidad y de diversos elementos meteorológicos. Por ejemplo, cuanto más intenso sea el frío, más posibilidades habrá de disfrutar del espectáculo, siempre y cuando el cielo no esté cubierto de nubes, claro.


Pero también hay factores previsibles. Desde hace varias décadas, los físicos del Observatorio de Auroras Boreales de Alta, uno de los lugares de Noruega con mayor cantidad de avistamientos, están trabajando para determinar los momentos más propicios. Junto a sus colegas de la Universidad de Tromso, han logrado predecir los periodos de mayor proliferación de auroras boreales estudiando el comportamiento de las partículas solares que colisionan con nuestra atmósfera. La reacción que se produce cuando los vientos solares, atrapados por el magnetismo de la Tierra, entran en contacto con los gases atmosféricos (oxígeno, nitrógeno, helio...) explica no sólo la aparición de las auroras boreales, sino también su variedad cromática. Pues bien, esos expertos han llegado a la conclusión de que se produce una punta inusitada de auroras boreales cada siete años, en función de la rotación solar y de la posición de nuestro planeta respecto a esa estrella. Por eso, se sabe que, frente al mal año de avistamientos que ha sido 2010, las dos próximas temporadas traerán muchos e intensos espectáculos boreales.






Pero si la cuestión científica sobre las "luces del Norte" puede resultar algo compleja para los profanos en la materia, su carácter legendario las convierte en uno de los principales atractivos para quienes se animan a visitar Noruega en invierno.


Resulta una auténtica delicia escuchar la explicación que le dieron al fenómeno los primeros pobladores de estas tierras extremas. Sentados en un lavo, tienda a base de madera y pieles de reno, que es la tradicional vivienda de los samis, escuchanos las palabras de Johan, patriarca de una familia sami que vive en Alta. Vestido con el colorista traje sami, confeccionado a base de lana de reno y otras fibras naturales, nos habla de que su pueblo ha habitado la región más septentrional de Europa, Laponia (que se extiende por territorio noruego, ruso, finlandés y sueco), desde tiempos inmemoriales. Desde luego, desde bastante antes de que otras gentes llegadas del sur intentaran eliminar los principales rasgos culturales y sociales samis, en una fiebre integradora que duró hasta bien entrado el siglo XX.












Mientras la mujer de Johan nos sirve un humeante guiso a base de carne de reno, patatas y zanahorias, él nos cuenta que los samis no temen a las auroras. Más bien les rinden un reverencial respeto, igual que hacen con el resto de las manifestaciones de la naturaleza, como la lluvia, como el viento que barre implacable las estepas y bosques desolados, o como la nieve, seductora e implacable, que todo lo cubre durante, al menos, seis meses al año. "Las luces del Norte son una prueba más de que nuestros antepasados siguen estando entre nosotros. Son ellos los que ciertas noches de invierno nos lo recuerdan, pintando con sus manos manchadas de grasa de reno, esas extrañas formas de colores en el cielo". Esa es una de las interpretaciones samis, porque a lo largo de nuestro viaje también hemos escuchado otra que dice que las auroras boreales las provocan los zorros, al correr por la estepa congelada, cuando levantan con su cola nubes de nieve que ascienden hasta la bóveda estrellada...









No parece extraña la abundancia de leyendas en torno a este fenómeno. El hecho de que se produzcan durante la casi interminable noche ártica, su impredictibilidad para la mayor parte de los mortales, las sinuosas danzas con que acompañan sus cambios cromáticos, a veces prolongados durante varias horas, dan para eso y más. Por ejemplo, para que muchos padres noruegos sigan convenciendo a sus hijos adolescentes de que vuelvan pronto a casa y no se entretengan por ahí fuera, con el pretexto de que "la aurora podría llevaros consigo".









Nada más lejos de la realidad. A no ser que la fascinación que ejercen estas luces en cualquier espectador te deje atrapado, olvidado de la soledad de la noche, con la mirada puesta en el cielo y el corazón sobrecogico ante tanta y misteriosa belleza. En cualquier caso, un dulce secuestro ante el que uno no sabría (o no querría) resistirse. A pesar del frío.




Fotos: David Santiago/Alfredo G. Reyes






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