martes, 1 de diciembre de 2009

Primeras impresiones en Orango

Isla de Orango, Guinea-Bissau, jueves 17 de septiembre de 2009


A mi querida familia y amigos:

Dado que no podremos hablar ni comunicarnos, al menos hasta que regrese al continente (y eso será el último día de mi estancia en Guinea-Bissau), he decidido escribiros todos los días y contaros mis experiencias. Es una buena forma de teneros presentes y también de que estéis al tanto de mis sentimientos, de mis impresiones y sensaciones, aunque sea con dos semanas de retraso.

El vuelo que nos trajo desde Lisboa hasta aquí fue realmente tranquilo y salimos en hora (a las diez de la noche, hora local). Eso sí, de dormir bastante poco, pues los nervios y la incomodidad del asiento, el calor y el hecho de que apagaron la luz casi dos horas después de despegar me lo impidieron. Pero alguna cabezadita eché. A la 1 y media (hora de Guinea Bissau) aterrizamos y fuimos inmediatamente a la terminal para pasar los trámites de inmigración. Después vino la larga espera para la salida de las maletas (casi una hora) que, milagrosamente, llegaron y lo hicieron íntegras. En la espera, se nos presentó Manuel, nuestro chófer, que trabaja para el Orango Hotel.

Gracias a él pudimos salir sin más contratiempos del último obstáculo de entrada, la aduana, donde no nos revisaron y pudimos pasar por el pasillo destinado a las tripulaciones y personal diplomático (nada excepcional, pues según nos contó Manuel, de lo que se trata es de dar todas las facilidades posibles al turista). Manuel fue a buscar nuestro pick up, y en la espera nos asaltaron varios "taxistas" y maleteros ofreciéndonos sus servicios. No os podéis hacer a la idea del caos que había ahí...

Algunos simplemente pedían dinero o un regalo. Y al más pesado de ellos, al fin pude quitármelo de encima regalándole un bolígrafo. Como ves, con bien poco se contenta la gente por estas latitudes...

Nos pusimos en marcha al fin. Le pregunté a Manuel cuál era la distancia que había hasta el hotel en donde dormiríamos esa noche y me dijo que unos 60 kilómetros, de los cuales unos 40 eran por pista asfaltada y el resto por un camino de tierra. En total, una hora y media hora de viaje.

No se equivocaba. Como es lógico, a esa hora la ruta estaba desierta, excepto en algún poblado donde, sorprendentemente, vimos a algunos muchachos paseando al borde del asfalto y varias mangostas, que se cruzaron rápidamente en nuestro camino. A la hora de viaje, más o menos, la carretera de asfalto desapareció bajo las ruedas del pick-up y ahí comenzó la auténtica aventura, a través de un camino de tierra roja, con socavones y alguna que otra zona desdibujada por efecto de las lluvias torrenciales que caen por aquí en esta época del año (temporada húmeda).


Llegamos al hotel, en Biombo, cerca de las 4 de la mañana. Cada uno teníamos asignada una cabañita, sencilla, casi monacal, pero bastante cómoda y, lo que es de vital importancia en el África Negra, con mosquiteras en las ventanas y sobre las camas.

Estábamos agotados, así que nos fuimos a cada habitación. Yo me desnudé y me metí en la cama, donde aún permanecí unos minutos escuchando los sonidos de la noche. Una sensación realmente espectacular, en la que destcaban los aullidos de algunos monos y los reclamos de aves desconocidas para nosotros.

A las 8 de la mañana ya estaba de nuevo en pie, pues habíamos quedado en desayunar a las 9. Me fui a la ducha comunal (por supuesto de agua fría), que resultó ser lo más parecido a los servicios de nuestros campings. Después, a arreglar la mochila para el viaje que nos esperaba. En cuanto al desayuno, muy sorprendente; al aire libre, con café, leche en polvo, zumo de naranja (más una solución a base de polvos con esencia de naranja y muy azucarados), queso, jamón, macedonia de frutas y un bizcocho riquísimo.
Inmediatamente nos fuimos para la barca de aluminio que nos conduciría a Orango, guiados por Armando, un muchacho muy simpático y atento, además de buen patrón y perfecto conocedor de estas aguas.

Nuestro destino, la isla de Orango Grande, se encontraba a unas dos horas, en una ruta que, al principio, resultó muy placentera y al final algo movida, pues unas nubes de tormenta empezaron a levantar olas, que al contacto con la barca hacía que ésta botara, dejándonos el culo bastante maltrecho.

Desde Biombo el viaje discurre en buena parte entre manglares. Más tarde, los manglares van dejando paso al mar abierto, aunque en todo momento flanqueados por islotes y pequeñas islas completamente cubiertas de vegetación. Todos ellos, hasta un total de 88, forman parte del archipiélago de las Bijagós, donde sólo están habitadas las islas mayores. La belleza y riqueza de este archipiélago ha supuesto la declaración de dos de sus zonas como Parque Nacional: Orango y João Vieira-Poilao. También la presentación de su candidatura a integrar la lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, y a que su zona marítima esté declarada Reserva de la Biosfera por ese mismo organismo internacional.




La lluvia que empezó a caer a final de recorrido y los consabidos botes de la barca sobre la superficie rizada del mar nos recomendaron agazaparnos en nuestros asientos, hasta que sentimos cómo el motor bajaba de revoluciones. Estábamos llegando. Al levantar la vista, la primera impresión que tuve del lugar donde se encuentra el Orango Parque Hotel fue de auténtica sorpresa. Realmente no me esperaba una playa tan bonita, de arena blanca, flanqueada por una vegetación espesa, de un verde intensísimo.

Nos ayudó a bajar de la barca el personal del hotel e Iris, una de las biólogas que forman parte del proyecto que la organización CDB Hábitat está desarrollando en el archipiélago. Ella nos introdujo en el hotel y nos comentó el reparto de habitaciones: dos para los cuatro periodistas que formamos el grupo. Cuando le comentamos "mi problema" con los ronquidos, lo resolvieron enseguida. Yo, al cuarto de invitados de la casa donde vive el director del hotel, Laurent, un francés interesantísimo del que me imagino os hablaré en próximos días.



En ese momento conocimos también a Luis, biólogo expatriado de la Fundación CBD Hábitat y responsable último del desarrollo del proyecto. Luis es, además, el marido de Iris y con ellos dos tuvimos (tras descansar un poco en las habitaciones) una reunión informativa sobre el programa que desarrollaremos estos días en el archipiélago. Más o menos a las 2 estábamos comiendo. Otra sorpresa más: ensalada de pepino con orégano y aceite de oliva y pollo, preparado al estilo francés, con nata, y que estaba buenísimo. Y de postre, un buen mango. Realmente no me esperaba una comida tan occidentalizada y, sobre todo, tan diversa, pues en mis experiencias anteriores en el África Negra la verdad es que he comido bastante mal.

Después del café nos pusimos en marcha, recorriendo la playa hasta llegar a la tabanca (poblado) de Eticoga. Un buen puñado de cabañas de adobe y techados con fibras vegetales (algunas también con planchas de chapa) donde, aparte de vivir la mayor parte de la población de la isla de Orango, también tiene su sede la oficina del parque. Por cierto, que en las dependencias de ese organismo estos días está trabajando otra ONG española, Anawim, que recorre el país durante unos días de cada año (desde hace seis), tratando a las mujeres y hombres con problemas de visión, incluso operándolos de cataratas. Una bonita labor con alguna anécdota, como la que me contaron, de una mujer que se operó los dos ojos y que, gracias a eso, al fin pudo conocer cómo era el rostro de su propia hija, de 15 años de edad.



David, nuestro fotógrafo entró el quirófano; por supuesto con bata, gorro y patucos. Y estuvo fotografiando una operación. Pero yo, sinceramente, no tenía cuerpo para ver eso y aproveché para hablar con alguno de los médicos de esta ONG con sede en Elche y Valladolid.

Después conocimos a Augusto, hombre grande de Orango y firme candidato a convertirse en rey de las Bijagós, trono vacante tras la reciente muerte del anterior monarca. Uno nunca se espera encontrar un rey vestido con ropa de segunda mano de Coronel Tapioca, pero empiezo a ver que aquí nada es lo que parece y todo tiene una segunda lectura. Y son precisamente esas cosas las que realmente hacen grande este continente. A Augusto, hombre principal de la tabanca, le calculo unos 80 años, desde luego muy trabajados...



Con la ayuda de la traducción de Junior, un joven que anteriormente trabajó como maestro y que actúa como enlace entre CDB Hábitat y la población local, Augusto nos mostró la tumba de la Kinka Pampa, única reina que ha habido en las Bijagós y mujer importantísima en la historia del país, pues su habilidad para tratar con los portugueses, a principios del siglo XX, evitó la guerra. Su mausoleo no es sino una más de las cabañas de adobe del poblado, eso sí decorada con un puerta tallada con escenas de su vida. Augusto nos contó la historia de esta extraordinaria mujer en la propia tumba, que por cierto, no mostraba más artificio que un pequeño cartel donde pone su nombre, junto al del resto de miembros de su familia. Realmente parecía una cabaña más del poblado. Y la explicación la tuvimos luego: parece ser que los bijagós entierran a sus familiares en el suelo de su propia cabaña, de tal manera que varias generaciones pueden "convivir" en ellas sin más separación entre los muertos y los vivos que medio metro de tierra.

Antes, durante y después de la visita estuvimos acompañados por un coro de niños, simpatiquísimos y, de momento, bastante vírgenes de influencias europeas, probablemente porque hayan visto a pocos de esos hombres blancos que aparecen por los poblados dando caramelos y pequeños regalos a cambio de sus sonrisas, sin ser conscientes de que con eso generan necesidades que aquí no tienen ningún sentido; a estos niños se los ve felices, sin necesidad de artificios. Y esperemos que siga así mucho tiempo.




De regreso al hotel, siguiendo la línea de la playa, tuvimos la oportunidad de contemplar un atardecer precioso, al tiempo que observamos en vuelo a varias aves autóctonas (cuervos de pecho blanco, águilas, buitres de las palmeras, chotacabras...). Y sobre la arena, varios cangrejos fantasma, que tiene ese nombre porque su caparazón es completamente blanco, casi transparente.


Ya en el hotel, una refrescante ducha en el baño de Laurent y a comenzar con este diario para vosotros. En un rato me iré a cenar (son casi las 9 de la noche) y espero que muy pronto nos vayamos a la cama, pues realmente estoy agotado.


Mañana, día importante pues vamos a ver a los hipopótamos marinos. Seguiré contando nuestras aventuras.
Os quiero mucho a todos.

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