martes, 1 de diciembre de 2009

Hipopótamos marinos

Isla de Orango, Guinea-Bissau, 18 de septiembre

Hola a todos. Pienso mucho en vosotros, sobre todo durante los momento de contacto con la naturaleza. Son las 3 y media de la tarde y acabamos de regresar de una jornada intensísima.
Pero mi relato se quedó ayer por la noche, cuando me fui a cenar. Eran como las ocho de la tarde y cuando llegué a la zona de comedor estaba ya todo el mundo tomándose una cerveza o un refresco. Cuando digo todo el mundo hablo del resto del equipo, pero también el grupo de oftalmólogos de que os hablé ayer, que se hospedan en el hotel y a los que CBD Hábitat está prestando sus infraestructuras para que puedan desarrollar su labor en los días que permanezcan por el archipiélago.



Después un buen rato de charla, en donde, por cierto, alguien pasó un plato de lomo (que habían traído los oftalmólogos de España, claro), nos fuimos todos a cenar a la gran mesa del hotel. Allí nos sirvieron combé, marisco de concha similar a los berberechos, acompañado de una salsa deliciosa a base de mantequilla, pimienta y otras especias. El segundo plato fue guiso de cerdo (al que habíamos oído matar durante la comida; pobrecito), acompañado de cus-cús y arroz. Y de postre, macedonia de frutas.

Me habría encantado bajar a la playa después de la cena para contemplar las estrellas, pero la verdad es que lo desaconsejan bastante los responsables del hotel, por los posibles peligros que acechan en la noche (sobre todo, serpientes venenosas). Así que no me quedó más remedio que irme a dormir a mi habitación.
Esta mañana habíamos quedado en desayunar a las 7:15, para salir del hotel como a las 8. Menos mal que los ruidos del bosque (cientos de reclamos de aves) y la luz del amanecer me han despertado, puesto que el avisador del móvil no me ha funcionado... Tras una gélida ducha, me he vestido y he llegado a tiempo para el desayuno, a base de café o té, leche, un bizcocho riquísimo y pan con mantequilla y mermelada. De alguna forma me ha recordado a los desayunos de los campamentos de la parroquia...

Después nos hemos subido a la misma barca con la que llegamos ayer desde el continente, para dirigirnos a otra zona de la isla de Orango. Hemos entrado por lo que la gente de aquí llama un río, pero que realmente es uno de los canales de agua marina que se abren paso hacia el interior de estas pequeñas islas arenosas. Estos "ríos" están flanqueados por espesos bosques de manglares, en los que habita una variadísima fauna. Nosotros hemos visto, fundamentalmente, buitres de las palmeras, pero también un par de monos, bastante de refilón pues son animales esquivos, y muchas aves, como pelícanos y córvidos, además de otras especies a las que no sé poner nombre.


Llegado cierto momento del recorrido, hemos tenido que bajar de la barca y caminar unos metros con el agua por las rodillas. Para ello nos hemos descalzado y la verdad es que impresiona bastante, por más que te tranquilicen Luis e Iris, los biólogos, caminar sobre un fondo de lodo en el que imaginas puede haber todo tipo de animales deseosos de chuparte unas gotas de sangre. Por fortuna, nuestros miedos se han demostrado infundados y hemos llegado sin contratiempo ninguno a tierra firme.

A partir de ese momento, hemos caminado unos cientos de metros hasta que hemos llegado a una pequeña tabanca, precedida por dos enormes baobabs y alguna ceiba. A diferencia de la que visitamos ayer, en esta tabanca apenas había gente pues, según nos han contado los biólogos, la mayoría de las mujeres y hombres estarían trabajando en el campo. Esto nos ha dado la oportunidad de observar sin interrupciones algunos de sus utensilios domésticos, como los recipientes de madera cóncavos donde separan los granos de arroz de la cascarilla o algunos caparazones de tortuga, que utilizan para los usos más diversos.

También, unas cintas confeccionadas mediante hojas de palma con las que los hombres se ayudan para subir a las palmeras y recolectar sus frutos. Esos frutos, de color rojizo, son la base del aceite de palma tan importante para la alimentación e intercambios comerciales de estas gentes. Quien nos ha demostrado cómo realizan esa ascensión ha sido João, el único guarda del parque, especializado en el seguimiento y protección de los hipopótamos y que, además, nos ha acompañado durante toda nuestra excursión.

Avanzando por la sabana hemos tenido la oportunidad de ver bellísimas lagunas, no sin antes remojarnos los pies de lo lindo en todo tipo de lodazales y regatos. De esta manera, hemos recorrido parte de la isla durante, más o menos, una hora hasta que al fin, cuando ya escuchábamos el rumor del mar, hemos llegado a la mayor de todas las lagunas. La presencia de los hipopótamos era evidente, sobre todo por la visión de numerosas huellas y excrementos. Pero también por una de esas sensaciones mágicas, intuiciones que te desvelan que algo importante va a pasar.


Cuando andábamos buscando dónde estarían, de pronto el sonido inconfundible de sus hocicos vaciándose de agua al salir a la superficie de la laguna, nos ha dejado el corazón sobrecogido, y al tiempo expectante. Los hipopótamos estaban detrás de una zona de vegetación que nos impedía verlos. Así que hemos tenido que bordear la superficie de agua, hasta situarnos en el punto opuesto. Y allí los hemos contemplado durante un buen rato, disfrutando de un espectáculo realmente único. A pesar de todo, David estaba bastante decepcionado, pues él esperaba fotografiarlos de cuerpo entero.


Después de esta experiencia, ¿qué más podíamos hacer? Nuestros anfitriones lo tenían claro: un picnic en la playa, donde nos esperaba nuestra barca, y un buen baño en el mar. Todo delicioso, excepto por el hecho de que los chicos de la expedición no llevábamos bañador. Así que no nos ha quedado más remedio que hacerlo en calzoncillos.
Pero antes, nuestros chicos de la barca, empleados del proyecto CBD, nos tenían reservada una sorpresa: una serpiente muerta que, parece ser, les había caído encima cuando buscaban la protección de un grupo de árboles al borde de la playa. Ellos decían que era muy peligrosa, aunque luego Luis nos ha comentado que se trata de un tipo de culebra completamente inofensiva.
Os escribo ahora por la noche, pues esta tarde también hemos hecho cosas interesantes.
Tras una pequeña siesta y un café, David y yo nos hemos ido de nuevo a la tabanca de Eticoga para hacer algunas fotos de la gente. Por ejemplo una simpatiquísima mujer manejando una máquina de coser de las de pedales, como las que tenían nuestras madres y abuelas, y que se encarga de coser las faldas y vestidos de la mayor parte de las mujeres del poblado.

De vuelta nos hemos encontrado con el resto de la expedición, que venían a buscarnos y, en las inmediaciones del hotel, también con los biólogos, con los que hemos pasado el resto de la tarde, en animada conversación, hasta el momento de la cena.
Ahora estoy escribiendo en la cama de mi habitación, en donde espero dormir hasta mañana sin contratiempos. Realmente estoy muy cansado, aunque también muy feliz de haber disfrutado de las experiencias del día y de estar en este lugar tan increíble.

Os echo mucho de menos. A todos.

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