martes, 1 de diciembre de 2009

Ambuduco, poblado sagrado bijagó

Isla de Orango, Guinea Bissau, 19 de septiembre

Hola a todos:

Empiezo a sentir la fatiga del viaje. Y eso que duermo bastante bien en el cuarto de invitados de Laurent, que la noche pasada me dejó solo, pues se ha ido a preparar la zona de la playa de Poilao en la que acamparemos mañana. Así que ya veis, en plena África y con toda una casa para mí solito, que ya querrían cualquiera de las familias que viven aquí...

Hoy comenzamos a las 8 de la mañana. Tras el desayuno, nos hemos subido a nuestra barca para llegar a la tabanca más antigua de estas islas, Ambuduco. Para ello, hemos tenido que atravesar otro de los espectaculares manglares, que son la principal riqueza del parque de Orango por la biodiversidad que albergan entre su troncos y raíces flotantes.


Una vez desembarcados, hemos caminado como un par de kilómetros a través de sabanas y bosque tropical seco, hasta llegar a Ambuduco, considerado sagrado por todas las tribus bijagós. Hace unos años se tuvo que trasladar unos metros más arriba, a causa de las frecuentes inundaciones. Pero, al tratarse de un lugar de especial veneración para la población local, lo que han hecho los habitantes es trasladarse y dejar las primigenias cabañas de adobe y techos de palma al cuidado de un hombre grande. No recuerdo si os conté que estos hombres grandes son los auténticos dirigentes de las tabancas, personas por las que, de forma indefectible, pasan las principales decisiones que afectan a la vida comunitaria.


Aparte de lo especial que sea Ambuduco para los bijagós, lo cierto es que todas las tabancas están construidas en lugares que se consideran sagrados por un motivo u otro. La mayor parte de las veces, por la existencia de ceibas (poilaos, como los llaman aquí), esos árboles enormes, con troncos en los que se abren cavidades y que nos llaman la atención cuando visitamos el Parque Genovés o el Botánico de Cádiz.

En Ambuduco hemos tenido la oportunidad de ver, al fin, a hombres trabajando (las mujeres es evidente que lo hacen, y mucho). En concreto, en una pequeña cabaña de forma circular, abierta, algunos hombres del poblado habían instalado una forja bastante rústica, en la que funden el metal con que fabrican sus herramientas (machetes, azadas y, en general, aperos agrícolas).


Después hemos dado una vuelta por el resto de la tabanca, por supuesto levantando una gran expectación entre sus habitantes, no del todo acostumbrados a la presencia de "brancos peleles" (hombres blancos) entre sus calles. Patricia, la chica de nuestra expedición, ha enseñado a los niños a formar un corro y luego una cadeneta de manos y cuerpos. Ellos se lo han pasado genial. Y el resto del equipo, viéndolos, también.
Más tarde hemos pasado un buen rato entre las ceibas, árboles bellísimos, pero también algo inquietantes; sobre todo cuando se sabe que suelen ser morada de algunas de las especies de serpientes más peligrosas del archipiélago: fundamentalmente la mamba verde, pero también otras especies como víboras y distintos tipos de cobras, como la escupidora. Hemos tenido la suerte de ver una de estas últimas reptando por la base de una de las ceibas. Era bellísima, pero también reconozco que su presencia resultaba bastante escalofriante.

Por eso, cuando David me ha pedido que me metiera en uno de los huecos de una ceiba, la verdad es que me he resistido bastante aunque, al final, la foto ha quedado muy bonita.


Tras la visita a Ambuduco hemos regresado al hotel, para darnos una ducha antes de comer, pues entre todo el lodo que nos toca pisotear y el sudor permanente, por el impresionante calor húmedo que hace aquí, nos pasamos todo el día pringados. La comida, como suele ser habitual, se ha hecho esperar un buen rato. Esto, lo de la tardanza en el comer, los primeros días nos tenía un poco desesperados, pero ya vamos entrando en el juego y, si te digo la verdad, me voy sentando a la mesa cada vez con menos apetito. Y eso que gasto energético sí que hacemos (y mucho).

Tras la comida, hoy ha habido siesta. Y después hemos ido de nuevo a Eticoga, donde teníamos concertada una entrevista con Augusto, el enfermero que, pese a estar contratado por el Gobierno, lo cierto es que recibe su salario gracias a la aportación de la familia de un voluntario que estuvo por la zona. Y menos mal que es así, pues Augusto es el último "superviviente" de un grupo de enfermeros que el Gobierno de Guinea-Bissau repartió por estas islas, en un encomiable esfuerzo de prevención sanitaria y tratamiento de dolencias básicas, que muy pronto se quedó sin presupuesto.

Durante la entrevista con él me ha mostrado el consultorio. Me ha dejado impactado la serenidad y también la humanidad y entrega de un muchacho tan joven como él (no creo que llegue a los 25 años). Alguien que ha abandonado su mundo en Bissau para venirse a este recóndito rincón donde, como te puedes imaginar, un sanitario lo es durante las 24 horas del día. Y una de las cosas que me más me ha emocionado es que él es el partero de la zona: en el centro hay una mesa paritoria donde, según él mismo, ha salvado de una muerte segura a muchas mujeres y bebés.



Tras grabar unas imágenes en el consultorio, Luis e Iris nos han presentado a Antonio, el director del Parque Nacional de Orango. Todo un personaje, castrista de pro, locuaz, divertido y también muy humano.
Sobre lo del castrismo de Antonio, todo tiene explicación. Parece ser que durante buena parte de los años 80, el régimen de Cuba se llevó a centenares de niños de las repúblicas comunistas de África para darles formación en ese país americano. Fruto de aquella política es una generación entera con una preparación realmente privilegiada. Ellos son ahora los que ocupan la mayor parte de los puestos de responsabilidad en esos países, y quienes se están encargando de educar al resto de la población. Aunque también es cierto que muchos de los que vivieron la experiencia renieguen del adoctrinamiento de un régimen que, igual que les formó, les privó de una parcela importante de su libertad.

Hemos aprovechado la presencia de Antonio para hacerle una entrevista para la tele, al tiempo que nos ha llevado a la pequeña laguna que hay junto a la tabanca y donde, según nos contó, es habitual ver a Pimbal, un hipopótamo macho y solitario, que va de un lado a otro de la isla buscando "su lugar en el mundo". En esa misma laguna parece ser que también hay cocodrilos. Pero, por desgracia, nosotros no hemos visto ni a uno ni a los otros.

Junto a esta pequeña laguna es donde se encuentra el almacén o mercado donde las mujeres de la tabanca intercambian su mercancía, apoyadas por microcréditos que, aquí, como en el resto de África y del mundo en desarrollo, tanto bien han hecho para la subsistencia de muchísimas familias.



Tras la visita a la tabanca, nos hemos vuelto al hotel, siguiendo el camino del "puerto" de Eticoga y llegando a la playa, donde hemos disfrutado de un bellísimo atardecer, con los rayos del sol abriéndose paso entre nubes que adoptaban tonalidades rojizas.


Ya en el hotel, mientras me tomo una cervecita (ya viene siendo habitual esta rutina), algo apartado del resto del grupo, os estoy escribiendo estas palabras.

En un ratito nos llamarán a cenar, aunque con la calma que tiene el personal me temo que aún nos tocará esperar un buen rato. No me importa. Pese a que este viaje es bastante duro, la verdad es que me siento feliz de estar en un lugar así, disfrutando de una experiencia tan intensa.

A pesar de todo, cuento los días hasta el momento de veros a todos. Os quiero mucho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario